Otros factores son la falta de conciencia de clase de las mayorías populares que éstas no llegaron a adquirir en razón de los efectos sinérgicos de sus condiciones de vida y de la influencia de las ideologías socialdemócratas y “progresistas”. Y, por cierto, contribuyó al resultado electoral el poder incólume de las clases dominantes que se ha valido de todos los recursos siempre a su disposición —mediáticos, judiciales, políticos, económicos, ideológicos, etc.— para asegurar la continuidad del sistema, incluso en sus formas más aberrantes. Quienes se lamentan de dicho uso ignoran —o simulan ignorar— que el mismo no es coyuntural, sino que es inherente al sistema dominante. Que incluye la violencia pura y dura cuando el sistema la considera necesaria para su preservación. También ha pesado el tema de la corrupción, porque con independencia de la veracidad de las acusaciones contra Lula da Silva, durante los gobiernos petistas la corrupción —que gozó de total impunidad— contaminó a todos los poderes del Estado y a todos —o a casi todos— los partidos políticos. Dilma Roussef no fue destituida acusada de corrupción sino porque violó normas fiscales, maquillando el déficit del presupuesto. Razón más que discutible como para destituirla, sobre todo con el voto de parlamentarios buena parte de ellos corruptos notorios, incluido Temer, que la sucedió en la Presidencia. El argumento de la seguridad influyó asimismo en la decisión de los electores, en un país donde la delincuencia aumenta como resultado, entre otros, del incremento —sin que se vislumbren perspectivas de solución— del desempleo y de la pobreza.
Breviario preparado en diciembre de 2018. Pulsa aquí o en la foto para bajar el ensayo completo en archivo pdf.
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